sábado, 27 de febrero de 2010

Historia de un Shinjo, Parte 2

Parte 2: Arenas

Mes de Ryoshun, año 1185

Lago del Corazón del Dragón, Tierras del Clan Unicornio


La fría brisa del invierno recorría la pradera Unicornio, meciendo suavemente los árboles del bosque del Corazón del Dragón. El lago del mismo nombre parecía un espejo de claridad en medio del paisaje nevado: el lago nunca se congelaba. A su orilla, a unos cien metros del santuario, un corcel alto y negro pastaba tranquilamente. A su lado, un anciano y un muchacho observaban.

- ¿Qué es lo que te molesta, muchacho? - Seishi, el anciano maestro del Santuario del Dragón de Agua miraba a Keiji con la expresión amable de siempre. Había notado al joven menos atento e interesado que de costumbre en sus historias.

- Pensaba en las antiguas historias, Seishi-sama. En esas historias todos los personajes parecen tener propósitos claros y las Fortunas iluminan sus caminos. Sin embargo, nuestro clan y el Imperio se engarzan una y otra vez en peleas sin sentido, luchando sólo por demostrar la propia fuerza. Los hombres mueren sin terminar sus historias, las familias pelean contra sus hermanos. Soy incapaz de encontrar un propósito en la lucha. ¿Es esto cobardía?

- No, Keiji. Eso es Jin, la tercera virtud del Bushido. Un hombre debe estar preparado para la lucha y dispuesto a dar su vida por su señor y su familia, pero no debe estar ansioso por luchar, ni por acabar la vida de su oponente. Mientras que Yu, el coraje, es la mayor arma de un samurai, la compasión es la virtud que mantiene en pie un mundo de guerreros.

- El Khan nos llama a demostrar la fuerza del Unicornio, a traer gloria al clan. Muchos entienden este mensaje como un llamado a las armas, lanzándose fieros al cuello del primer hombre que los insulte. Otros tientan a nuestros clanes vecinos y ambicionan las praderas del León, o las montañas del Dragón. Yo no deseo pelear contra mis hermanos. ¿Es esto deslealtad?

- No, Keiji. Chugo no significa estar de acuerdo con cada pensamiento de tu señor, sino entender tu propósito en este mundo y cumplirlo. Debes ser leal a tu señor y servirlo con humildad, pero tienes tu propia mente y tu propia manera de ver los designios de los kamis. Gi es ser honesto con tu señor y con tu propio espíritu.

- Las personas que encuentro en el camino miran con desdén el emblema en mi pecho. – El joven puso una mano sobre el bordado en su kimono naranja: un caballo negro con crin de fuego mirando hacia el oeste. – A pesar de los años viviendo con honor, Rokugan sigue receloso de la familia Shinjo. Recibimos insulto tras insulto por los errores de nuestros padres, sin responder nunca con ira o desprecio. ¿Es esto debilidad?

- No, Keiji. Meyo es vivir tu vida con honor, sin importar las opiniones de los demás. El honor no reside en las bocas de los oponentes, sino en el corazón del guerrero. Si el samurai es fiel a su corazón, puede mirar a su adversario y tratarlo con cortesía, aún cuando ésta no sea correspondida. El imperio sucumbiría sin una tradición de Rei.

- El Dragón de Agua representa todo lo que un guerrero ansía: la fuerza, el cambio, el movimiento, la batalla. Tal vez sería más sencillo convertirme en un gran guerrero si sigo el ejemplo del Dragón. – El muchacho miraba el lago al hablar - Si oculto mi corazón en el fondo de un lago.

- Es cierto. Tal vez sería más sencillo seguir el camino del guerrero si escondes tu corazón. Pero la mayor fuerza de un guerrero no proviene de su brazo, sino de su corazón.

Keiji escuchó cuidadosamente las palabras del maestro. Estando a sólo semanas de su gempukku, recién comenzaba a comprender bushido, el camino del guerrero. Conocía las virtudes, pero sus significados eran como estanques encantados: se hacían más profundos con cada paso. Recitó las siete virtudes, como cuando era pequeño: Gi, honestidad; Yu, coraje; Jin, compasión; Rei, cortesía; Meyo, honor; Chugo, lealtad…

- Makoto… -

- La sinceridad del guerrero es transformar cada pensamiento, cada palabra… en acción.

Dicho esto, el monje se levantó y, con un saludo, se despidió de Keiji.

El joven observó al maestro caminar hacia el santuario. Luego, se acercó a la orilla del Lago y, tal como lo hizo cuando era un niño, se lanzo al agua en busca del corazón perdido del Dragón.

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Dos semanas después.

- Campeona del Naadam. Felicidades, samurai-ko – Ryobe, en su kimono naranja y con su nuevo daisho atado al cinto, se había escabullido entre la multitud que cantaba, celebraba y contaba historias antiguas en la Gran Sala de Shiro Shinjo. El fin de los juegos y del Festival de su gempukku tenía para él un sabor agridulce.

Wu-Chen, en un kimono de color púrpura claro, miraba el cielo nocturno apoyada en una de las paredes del antiguo y extraño castillo. Al oír al recién llegado, se giró con actitud solemne. – Domo arigato, Ryobe-san, domo. De todas maneras, no pude ganarte en la carrera. – La sombra de la antigua niña Ume cruzó su rostro.

- ¿No te conformas con haber ganado todas las otras pruebas, Utaku-san?

- Una shiotome nunca se conforma. – dijo la chica, con una sonrisa celestial.

Ambos guardaron silencio unos minutos, observando el tranquilo cielo nocturno sobre el corazón de las tierras Unicornio. El campo estaba vacío, barrido suavemente por la brisa de la primavera.

- Los Daimyos y el Khan te consideran un prodigio, Wu-Chen-san. Serás magistrada esmeralda antes que las próximas nieves cubran los pastos.

La doncella rió una vez más. – Creo que necesitaré un poco más que una buena actuación en el Naadam para convertirme en magistrada. ¿Y qué hay de ti, Shinjo-san?

Una sombra cruzó el rostro de Ryobe ante la pregunta. – Creo que las Fortunas han escogido para mí un camino más incierto.- Incierto era la mejor manera de describirlo. Luego de dos semanas de sueños confusos y voces, Ryobe sabía que debía partir, aunque no conocía el destino ni el camino. El Shinjo se giró para enfrentar a la Utaku. – He pedido permiso al Khan para emprender un viaje por las Arenas Ardientes, en busca de las tierras por las que viajaron nuestros ancestros. Partiré mañana, al amanecer. – el samurai recordó fugazmente las advertencias y negativas del Khan, y las palabras de la joven consejera Horiuchi que, al final, habían inclinado la balanza: "Después de todo, mi Señor, él es un hijo de Shinjo. El espíritu explorador de la Dama no puede ser negado".

Un gran número de emociones se estrellaron en el rostro de la doncella guerrera, mezclándose. Sorpresa, incertidumbre, rabia, dolor. Luego de un momento de practicada lucha, Utaku Wu-Chen habló con voz controlada y rostro impasible.- ¿Por qué?

La doncella había formulado la misma pregunta que su Daimyo, la misma pregunta que su Khan, la misma pregunta que él mismo intentaba responder cada mañana, luego de soñar una y otra vez con las interminables arenas y las montañas en el horizonte. Ryobe repitió la respuesta que dio a su Khan - Makoto

La doncella arrugó el ceño ante la críptica respuesta.

- Hay preguntas que debo responder. Mi corazón no estará tranquilo hasta que lo haga. Oigo el llamado de mis ancestros desde el desierto y necesito su sabiduría. Debo transformar mi pensamiento... en acción.

- El camino es peligroso. Tal vez no regreses. – Dijo la muchacha, la sombra de una lágrima en la esquina de su ojo.

- Recuerda las palabras de la Dama: “Aunque puedo abandonar a mi clan, siempre volveré”. Yo siempre volveré.

Una lágrima escapó del ojo de la doncella y rodó por su mejilla. De inmediato, la joven se volteó y caminó rápidamente hacia las escaleras que llevaban a las afueras del castillo. Al llegar al primer escalón, se detuvo. Utaku Wu-Chen se volteó y miró a Ryobe. Vió en su postura la determinación del samurai; en sus ojos tristes, la pena del hombre.

- Cabalga conmigo, samurai. – Dijo la doncella, con la voz a punto de quebrarse – Cabalga conmigo… una vez más.

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El sol de la mañana encontró a Ryobe y a Hoshiro en el camino. El joven samurai recitaba para si las enseñanzas de las Arenas que su clan mantenía, pasadas a través de canciones y cuentos de generación en generación. Las despedidas habían sido dolorosas, pero su corazón no dudaba. “Makoto”, pensó. Tenía que ser sincero.

Miró una vez más los obsequios recibidos en su despedida. Miró la punta de flecha atada con una cinta púrpura. – Esta es la punta de la flecha con que gané la competencia de arquería del Naadam en mi gempukku. – Había dicho su madre, antes de abrazarlo - Cúidala y te traerá suerte.

Sintió el peso de la cimitarra en su espalda. – Esta espada fue cargada por tu abuelo y por su padre, antes de él. La cimitarra conoce las arenas y te protegerá de sus peligros. – Las palabras de su padre aún resonaban en sus oídos. Ryobe se había despedido de sus padres y sus hermanos, y había partido.

- Estás dándole la espalda a tu clan, Ryobe. ¡Estás dándole la espalda a tu familia! Le debes tu lealtad al Khan. Un samurai no abandona a su señor. – La voz del ancestro era de un disgusto total. – Un samurai que no puede cumplir con el deber de proteger a su señor no merece el nombre Shinjo.

- Gommen nasai, Martera-sama. Le debo mi lealtad al Khan, pero también debo lealtad a mis ancestros y a la Dama Shinjo. Son ellos los que me llaman desde las arenas, es su sabiduría la que necesito encontrar.

- ¿Sabiduría para qué? Las batallas entre los clanes son normales, son una parte del camino del guerrero. ¿Por qué te obsesiona tanto impedir la lucha? Tú también eres un guerrero.

Ryobe no supo que contestar.

Cabalgó con Hoshiro por los terrenos del Unicornio, siempre mirando al Oeste. Por la noche, dormía junto al corcel, bajo las estrellas.

Cuando al fin llegaron al paso montañoso que señala el final del camino del exilio, y del imperio, Ryobe presentó sus papeles a uno de los guardias. Éste, con expresión confundida, miró a Ryobe y le entregó la tradicional bandera blanca marcada con el Crisantemo Imperial. – Sostenla en alto a tu regreso, Shinjo Ryobe, y podrás volver a tu hogar.

Al llegar a lo alto del paso pudo ver frente a él la inmensurable extensión de arena de las leyendas Unicornio, y las montañas en el horizonte. Tras él pudo ver Rokugan, las tierras de su familia y del Emperador. Su corazón pareció latir más lento mientras la desesperanza trataba de llenarlo, pero Ryobe dio un brinco y acarició la crin de Hoshiro. – Adelante, hermano, nuestro destino nos espera.

¿Por qué le obsesionaba tanto impedir la lucha? Ryobe no lo sabía. Sin embargo, viajando por las tierras de las leyendas de sus ancestros, esperaba descubrirlo.

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