sábado, 27 de febrero de 2010

Historia de un Shinjo, Parte 2

Parte 2: Arenas

Mes de Ryoshun, año 1185

Lago del Corazón del Dragón, Tierras del Clan Unicornio


La fría brisa del invierno recorría la pradera Unicornio, meciendo suavemente los árboles del bosque del Corazón del Dragón. El lago del mismo nombre parecía un espejo de claridad en medio del paisaje nevado: el lago nunca se congelaba. A su orilla, a unos cien metros del santuario, un corcel alto y negro pastaba tranquilamente. A su lado, un anciano y un muchacho observaban.

- ¿Qué es lo que te molesta, muchacho? - Seishi, el anciano maestro del Santuario del Dragón de Agua miraba a Keiji con la expresión amable de siempre. Había notado al joven menos atento e interesado que de costumbre en sus historias.

- Pensaba en las antiguas historias, Seishi-sama. En esas historias todos los personajes parecen tener propósitos claros y las Fortunas iluminan sus caminos. Sin embargo, nuestro clan y el Imperio se engarzan una y otra vez en peleas sin sentido, luchando sólo por demostrar la propia fuerza. Los hombres mueren sin terminar sus historias, las familias pelean contra sus hermanos. Soy incapaz de encontrar un propósito en la lucha. ¿Es esto cobardía?

- No, Keiji. Eso es Jin, la tercera virtud del Bushido. Un hombre debe estar preparado para la lucha y dispuesto a dar su vida por su señor y su familia, pero no debe estar ansioso por luchar, ni por acabar la vida de su oponente. Mientras que Yu, el coraje, es la mayor arma de un samurai, la compasión es la virtud que mantiene en pie un mundo de guerreros.

- El Khan nos llama a demostrar la fuerza del Unicornio, a traer gloria al clan. Muchos entienden este mensaje como un llamado a las armas, lanzándose fieros al cuello del primer hombre que los insulte. Otros tientan a nuestros clanes vecinos y ambicionan las praderas del León, o las montañas del Dragón. Yo no deseo pelear contra mis hermanos. ¿Es esto deslealtad?

- No, Keiji. Chugo no significa estar de acuerdo con cada pensamiento de tu señor, sino entender tu propósito en este mundo y cumplirlo. Debes ser leal a tu señor y servirlo con humildad, pero tienes tu propia mente y tu propia manera de ver los designios de los kamis. Gi es ser honesto con tu señor y con tu propio espíritu.

- Las personas que encuentro en el camino miran con desdén el emblema en mi pecho. – El joven puso una mano sobre el bordado en su kimono naranja: un caballo negro con crin de fuego mirando hacia el oeste. – A pesar de los años viviendo con honor, Rokugan sigue receloso de la familia Shinjo. Recibimos insulto tras insulto por los errores de nuestros padres, sin responder nunca con ira o desprecio. ¿Es esto debilidad?

- No, Keiji. Meyo es vivir tu vida con honor, sin importar las opiniones de los demás. El honor no reside en las bocas de los oponentes, sino en el corazón del guerrero. Si el samurai es fiel a su corazón, puede mirar a su adversario y tratarlo con cortesía, aún cuando ésta no sea correspondida. El imperio sucumbiría sin una tradición de Rei.

- El Dragón de Agua representa todo lo que un guerrero ansía: la fuerza, el cambio, el movimiento, la batalla. Tal vez sería más sencillo convertirme en un gran guerrero si sigo el ejemplo del Dragón. – El muchacho miraba el lago al hablar - Si oculto mi corazón en el fondo de un lago.

- Es cierto. Tal vez sería más sencillo seguir el camino del guerrero si escondes tu corazón. Pero la mayor fuerza de un guerrero no proviene de su brazo, sino de su corazón.

Keiji escuchó cuidadosamente las palabras del maestro. Estando a sólo semanas de su gempukku, recién comenzaba a comprender bushido, el camino del guerrero. Conocía las virtudes, pero sus significados eran como estanques encantados: se hacían más profundos con cada paso. Recitó las siete virtudes, como cuando era pequeño: Gi, honestidad; Yu, coraje; Jin, compasión; Rei, cortesía; Meyo, honor; Chugo, lealtad…

- Makoto… -

- La sinceridad del guerrero es transformar cada pensamiento, cada palabra… en acción.

Dicho esto, el monje se levantó y, con un saludo, se despidió de Keiji.

El joven observó al maestro caminar hacia el santuario. Luego, se acercó a la orilla del Lago y, tal como lo hizo cuando era un niño, se lanzo al agua en busca del corazón perdido del Dragón.

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Dos semanas después.

- Campeona del Naadam. Felicidades, samurai-ko – Ryobe, en su kimono naranja y con su nuevo daisho atado al cinto, se había escabullido entre la multitud que cantaba, celebraba y contaba historias antiguas en la Gran Sala de Shiro Shinjo. El fin de los juegos y del Festival de su gempukku tenía para él un sabor agridulce.

Wu-Chen, en un kimono de color púrpura claro, miraba el cielo nocturno apoyada en una de las paredes del antiguo y extraño castillo. Al oír al recién llegado, se giró con actitud solemne. – Domo arigato, Ryobe-san, domo. De todas maneras, no pude ganarte en la carrera. – La sombra de la antigua niña Ume cruzó su rostro.

- ¿No te conformas con haber ganado todas las otras pruebas, Utaku-san?

- Una shiotome nunca se conforma. – dijo la chica, con una sonrisa celestial.

Ambos guardaron silencio unos minutos, observando el tranquilo cielo nocturno sobre el corazón de las tierras Unicornio. El campo estaba vacío, barrido suavemente por la brisa de la primavera.

- Los Daimyos y el Khan te consideran un prodigio, Wu-Chen-san. Serás magistrada esmeralda antes que las próximas nieves cubran los pastos.

La doncella rió una vez más. – Creo que necesitaré un poco más que una buena actuación en el Naadam para convertirme en magistrada. ¿Y qué hay de ti, Shinjo-san?

Una sombra cruzó el rostro de Ryobe ante la pregunta. – Creo que las Fortunas han escogido para mí un camino más incierto.- Incierto era la mejor manera de describirlo. Luego de dos semanas de sueños confusos y voces, Ryobe sabía que debía partir, aunque no conocía el destino ni el camino. El Shinjo se giró para enfrentar a la Utaku. – He pedido permiso al Khan para emprender un viaje por las Arenas Ardientes, en busca de las tierras por las que viajaron nuestros ancestros. Partiré mañana, al amanecer. – el samurai recordó fugazmente las advertencias y negativas del Khan, y las palabras de la joven consejera Horiuchi que, al final, habían inclinado la balanza: "Después de todo, mi Señor, él es un hijo de Shinjo. El espíritu explorador de la Dama no puede ser negado".

Un gran número de emociones se estrellaron en el rostro de la doncella guerrera, mezclándose. Sorpresa, incertidumbre, rabia, dolor. Luego de un momento de practicada lucha, Utaku Wu-Chen habló con voz controlada y rostro impasible.- ¿Por qué?

La doncella había formulado la misma pregunta que su Daimyo, la misma pregunta que su Khan, la misma pregunta que él mismo intentaba responder cada mañana, luego de soñar una y otra vez con las interminables arenas y las montañas en el horizonte. Ryobe repitió la respuesta que dio a su Khan - Makoto

La doncella arrugó el ceño ante la críptica respuesta.

- Hay preguntas que debo responder. Mi corazón no estará tranquilo hasta que lo haga. Oigo el llamado de mis ancestros desde el desierto y necesito su sabiduría. Debo transformar mi pensamiento... en acción.

- El camino es peligroso. Tal vez no regreses. – Dijo la muchacha, la sombra de una lágrima en la esquina de su ojo.

- Recuerda las palabras de la Dama: “Aunque puedo abandonar a mi clan, siempre volveré”. Yo siempre volveré.

Una lágrima escapó del ojo de la doncella y rodó por su mejilla. De inmediato, la joven se volteó y caminó rápidamente hacia las escaleras que llevaban a las afueras del castillo. Al llegar al primer escalón, se detuvo. Utaku Wu-Chen se volteó y miró a Ryobe. Vió en su postura la determinación del samurai; en sus ojos tristes, la pena del hombre.

- Cabalga conmigo, samurai. – Dijo la doncella, con la voz a punto de quebrarse – Cabalga conmigo… una vez más.

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El sol de la mañana encontró a Ryobe y a Hoshiro en el camino. El joven samurai recitaba para si las enseñanzas de las Arenas que su clan mantenía, pasadas a través de canciones y cuentos de generación en generación. Las despedidas habían sido dolorosas, pero su corazón no dudaba. “Makoto”, pensó. Tenía que ser sincero.

Miró una vez más los obsequios recibidos en su despedida. Miró la punta de flecha atada con una cinta púrpura. – Esta es la punta de la flecha con que gané la competencia de arquería del Naadam en mi gempukku. – Había dicho su madre, antes de abrazarlo - Cúidala y te traerá suerte.

Sintió el peso de la cimitarra en su espalda. – Esta espada fue cargada por tu abuelo y por su padre, antes de él. La cimitarra conoce las arenas y te protegerá de sus peligros. – Las palabras de su padre aún resonaban en sus oídos. Ryobe se había despedido de sus padres y sus hermanos, y había partido.

- Estás dándole la espalda a tu clan, Ryobe. ¡Estás dándole la espalda a tu familia! Le debes tu lealtad al Khan. Un samurai no abandona a su señor. – La voz del ancestro era de un disgusto total. – Un samurai que no puede cumplir con el deber de proteger a su señor no merece el nombre Shinjo.

- Gommen nasai, Martera-sama. Le debo mi lealtad al Khan, pero también debo lealtad a mis ancestros y a la Dama Shinjo. Son ellos los que me llaman desde las arenas, es su sabiduría la que necesito encontrar.

- ¿Sabiduría para qué? Las batallas entre los clanes son normales, son una parte del camino del guerrero. ¿Por qué te obsesiona tanto impedir la lucha? Tú también eres un guerrero.

Ryobe no supo que contestar.

Cabalgó con Hoshiro por los terrenos del Unicornio, siempre mirando al Oeste. Por la noche, dormía junto al corcel, bajo las estrellas.

Cuando al fin llegaron al paso montañoso que señala el final del camino del exilio, y del imperio, Ryobe presentó sus papeles a uno de los guardias. Éste, con expresión confundida, miró a Ryobe y le entregó la tradicional bandera blanca marcada con el Crisantemo Imperial. – Sostenla en alto a tu regreso, Shinjo Ryobe, y podrás volver a tu hogar.

Al llegar a lo alto del paso pudo ver frente a él la inmensurable extensión de arena de las leyendas Unicornio, y las montañas en el horizonte. Tras él pudo ver Rokugan, las tierras de su familia y del Emperador. Su corazón pareció latir más lento mientras la desesperanza trataba de llenarlo, pero Ryobe dio un brinco y acarició la crin de Hoshiro. – Adelante, hermano, nuestro destino nos espera.

¿Por qué le obsesionaba tanto impedir la lucha? Ryobe no lo sabía. Sin embargo, viajando por las tierras de las leyendas de sus ancestros, esperaba descubrirlo.

Historia de un Shinjo, Parte 1

Una historia escrita para un personaje del juego de rol Leyenda de los 5 Anillos, un juego de ambiente estilo japon medieval. Parte 1 de 3.


Historia de un Shinjo




“He who hesitates is lost”
– Unicorn Proverb


Parte 1: Campos

Mes del Sol, año 1186

Shiro Shinjo, Tierras del Clan Unicornio

El sol está alto sobre los campos de Shiro Shinjo. La bandera Unicornio flamea furiosa y el suelo resuena por los cascos de los caballos a la carrera. A la cabeza de los jinetes, un joven unicornio se aferra desesperadamente a su corcel: sus movimientos, uno con los del caballo. En su espalda, la bandera de un caballo negro con crin de fuego resalta en el mar púrpura de sus perseguidores. La multitud que observa la carrera agita estandartes, gritando vítores y ánimos a los competidores, y el joven puede oír la fuerte voz de su padre entre la multitud. Puede ver la meta a no más de doscientos metros, y da un último golpe de ánimo a su montura. Puede sentir los bramidos de los otros caballos tras él, pero sabe que no podrán alcanzarlo. Concentrándose sólo en el sonido del galope de su corcel, cuenta para sí.

Uno.

Dos.

Tres.

La multitud estalla en vítores y cantos, y su familia corre hasta él para felicitarlo. El joven, aún montado, saluda a su padre y a su madre, y realiza una reverencia ante el resto de los competidores. Su padre, luego de dar una cariñosa palmada en el cuello del caballo, grita - Shinjo Ryobe! Shinjo Ryobe! - y la multitud comienza a gritar con él.

Sorprendido, el joven samurai observa a la multitud: estaba acostumbrado a su nombre de niño, Keiji. Luego de un momento, Ryobe desmonta y abraza al hombre. - Gracias, padre. Es la primera vez que escucho mi nuevo nombre.

- Pero no será la última, samurai. - Dice Shinjo Kotaro, con su amplia sonrisa. - ¡La carrera del Naadam! Estamos orgullosos.

Shinjo Hisae, la mujer junto a ellos, abraza a Ryobe. - Este nombre traerá alegría y honor a nuestro clan. Llévalo con orgullo.

- Hai, madre.

El corcel patea el suelo en su inquietud por la repentina multitud que los rodea. Un hombre de tez morena y curtida, vestido con pieles púrpura, se acerca al jinete, riendo.

- Magnífica carrera, samurai.

Sorprendido por la aparición del hombre, y algo avergonzado por sus palabras, Ryobe hace una profunda reverencia. - Arigato gozaimasu, Khan-sama. La victoria es de mi corcel más que mía.

Moto Sahqata ríe, con su risa de truenos en la llanura, y observa con un ojo experto y cuidadoso al animal. Nota los finos músculos, el impecable y negro pelaje, la postura altiva y los inteligentes ojos negros. - Tienes un excelente corcel, Ryobe-san. Le dará al clan muchos hijos valientes.

- Hai, Khan-sama. Fue criado personalmente por mi padre, en los establos de Halcón Rojo. Su primera pareja acaba de parir un potrillo.

- Criado por el mismísimo Shinjo Kotaro, jajaja - el Khan da una palmada en el hombro de Kotaro, quien sonríe - Los hijos del clan son nuestro futuro, Ryobe. Debemos protegerlos bien.

La multitud reunida en la meta casi se ha dispersado. El corcel, ahora más tranquilo, empuja suavemente el costado de Ryobe con su cabeza.

Sahqata sonríe viendo el lazo entre jinete y montura, el lazo de sus ancestros. - ¿Y qué hay de su nombre, samurai? Este es su gempukku también. Un noble semental merece el más honorable de los nombres. Has elegido tu nombre, y debes escoger el suyo.

Ryobe calla por un momento, mirando a su compañero. Luego, mirando a su madre, responde. - Hoshiro. Su nombre es Hoshiro.

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Nueve años atrás.

Era un momento extraño para una reunión como esa. La noche, aunque cálida, ya era cerrada y los establos, silenciosos. Un pequeño grupo de personas se reunía en torno a una yegua en trabajo de parto. Uno de los hombres trabajaba arduamente para ayudarla, mientras una mujer y un niño de unos cinco años la acariciaban para calmarla. El otro hombre en la habitación, observaba.

Luego de unos minutos, el sorprendido potrillo recién nacido intentaba ponerse de pie.

- El pequeño necesita ánimo. Ayúdale, hijo - le dijo suavemente Hisae al niño.

- Hai, madre.

El muchacho se arrodilló frente al potrillo y, mirando cariñosamente en sus ojos, comenzó a alentarlo. - Vamos, amigo. ¡Tú puedes hacerlo!

Con la ayuda de un pequeño empujón de la yegua, el potrillo se puso de pie. Luego, aún algo tembloroso, comenzó a experimentar con sus recién descubiertas patas.

- El primer potro del año. - Kotaro observó con ojo crítico al animal mientras éste, alentado por los brincos de su hijo Keiji, intentaba dar un pequeño salto. Con la experiencia de un maestro de establos dijo - Parece tener un espíritu fuerte. ¿Qué ves, Shugenja?

Iuchi Norinaga observaba al animal mientras recordaba las enseñanzas de sus maestros.

- Paz. Paz para nuestro pueblo. - y el envejecido rostro esbozó una sonrisa.

Mientras tanto, Shinjo Hisae se acercaba a su hijo. - Tenemos que dejar que descanse, Keiji-kun. Este será tu caballo y debe alimentarse para llegar a ser un corcel fuerte y valiente. - Tomó al potrillo y lo acercó a su madre para que amamantara. - Debes cuidar a este potrillo como a uno de tus hermanos, pues, en efecto, lo es.

- Pero, madre, los humanos y los caballos son muy distintos para ser hermanos.

- No tan distintos, pequeño. - Dijo, con voz profunda, el shugenja. - Los ancianos del clan cuantan que hace mucho, mientras nuestros ancestros viajaban por las Arenas Ardientes, la dama Shinjo encontró un Oasis encantado. Una figura grácil y fantasmal se movía en las sombras del oasis, con la forma de un caballo con un cuerno en la frente: el Unicornio. Asombrada por la belleza y el misterio de la creatura, la Dama Shinjo se aventuró en el oasis, pidiéndole a sus seguidores que la esperaran. Durante la noche, el oasis y la Dama desaparecieron, y los seguidores de Shinjo decidieron cumplir su promesa y continuar esperándola. Luego de siete días de espera la Dama Shinjo regresó, llevando vida en su vientre. - Toda su audiencia esperó en silencio que la historia continuara. Los ojos del niño brillaban con la excitación de los cuentos de antaño. - La Dama Shinjo dio a luz cinco hijos con la capacidad de cambiar su forma a voluntad. Todos tenían el halo de los espíritus sobre ellos, y podían aparecer como hijos de hombre o en la forma antigua de la Dama Shinjo: Ki-Rin, los caballos con crin de fuego.

Parecía que la noche entera se hubiera detenido para oír el cuento del Iuchi. Todos los sonidos desaparecían, salvo la voz del mensajero de los kamis.

- Llego un momento en que los hijos de Shinjo comenzaron a perder el halo de los espíritus, y cada uno debió escoger la forma que él y sus hijos mantendrían por el resto de sus vidas. Cuatro de ellos eligieron la forma Ki-Rin, y uno, el más fuerte, escogió la forma de los hijos de los hombres. Este último, Shinjo Martera, se convirtió en un gran heredero para la Dama Shinjo, un ejemplo del bushido, y es uno de tus ancestros. Los otros cuatro, con la forma de enormes corceles con halos feroces, se unieron a los caballos que nuestro clan había llevado desde rokugan, y son los ancestros de aquel potrillo.

- ¿Lo ves, hijo? estos caballos son hijos de la Dama Shinjo, igual que tú. Es por eso que nuestro clan los cuida y los ama tanto: son nuestros hermanos. Debes tratarlos como tal.

- Hai, madre. Yo lo cuidaré como a mi hermano.

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- ¡Somos la gente del viento! - la voz del Khan resuena en todo el campo frente a Shiro Shinjo, encendiendo los vítores y gritos de todos los Unicornios reunidos por el Festival. Cientos de personas agitan los estandartes del clan y sus respectivas familias. Celebran el comienzo de un nuevo año, el nacimiento de nuevos potrillos, nuevas cosechas y el gempukku de los nuevos miembros del clan que una vez fue llamado Ki-Rin. - Ahora que los tres días de juegos han terminado y que nuestros nuevos samurais han jurado lealtad al clan y al imperio, es tiempo de celebrar. - Nuevos gritos estallan entre la gente, mientras el Khan eleva la vista al cielo de la tarde - Los Unicornios debemos recordar nuestra historia, como hemos hecho cada año desde el tiempo de nuestros padres. Las palabras de nuestros ancestros, aquellos que dejaron Rokugan para explorar las lejanas tierras del oeste, aún están con nosotros. Que su sabiduría nos guíe. ¡Que sus nombres sean oídos una vez más en las tierras del Emperador!

La voz de la multitud se eleva, gritando los antiguos nombres al viento - ¡Shinjo! ¡Moto! ¡Ide! - fuegos artificiales rompen el cielo con relámpagos de colores - ¡Iuchi! ¡Otaku! ¡Horiuchi!.

Ryobe, entre la multitud, grita animado junto a su clan. Mirando a su alrededor observa los estandartes de las distintas familias: La mano, el corcel con crin de fuego, el pergamino, la mascara kabuki... Su mirada se detiene sobre un grupo de apariencia solemne con un estandarte vacío, como un cielo al atardecer, flameando sobre sus cabezas. Sus ojos encuentran a la shiotome que busca, su nuevo nombre vitoreado los últimos tres días: Utaku Wu-Chen.

Cuando los ojos de la doncella Utaku encuentran los suyos, Ryobe recuerda una tarde lejana, anterior a estos nuevos nombres, anterior incluso al comienzo de su entrenamiento. La tarde en que conoció a la niña que se convertiría en Utaku Wu-Chen.

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Ocho años atrás.

- Deja de correr, niño. Un verdadero samurai no corre de sus temores - La voz dijo, haciendo saltar una vez más a Keiji en su montura. La voz había aparecido repentinamente, sin cuerpo que la portase, la mañana anterior. Creyéndose maldito por las fortunas, Keiji había tomado su caballo y se había lanzado a todo galope hacia el Santuario del Dragón de Agua. Allí, gracias al consejo del sabio anciano Seishi, descubrió que la voz pertenecía a Shinjo Martera, un ancestro Shinjo que buscaba guiarlo, aunque en formas poco sutiles.

No muy seguro de la impresión que este hostil guía dejaría en su familia, Keiji dejó que su corcel escogiera el camino a seguir por un momento. Luego de vagar unas horas por el bosque del Corazón del Dragón, el camino desembocaba en un campo de amplias praderas. Keiji se dejó embargar una vez más por la pura sensación del viento en su rostro y el sonido de los cascos de su compañero golpeando contra el suelo.

Unos minutos después, aunque podrían haber sido horas, el joven jinete comenzó a escuchar otros cascos golpeando la tierra. Cascos más pesados, con un golpe más violento. Al abrir sus ojos, vio una figura montada que repetía amplios círculos en la llanura. Se acercó lentamente y observó caballo y jinete. El extraño corcel era un poco más bajo que su caballo, pero mucho más grande, robusto e imponente: su pelaje gris marcaba sus enormes músculos, sus grandes patas golpeaban con fuerza contra el piso. El corcel era, sin duda, majestuoso. Uno de los legendarios corceles Utaku. Sobre su lomo, una niña con un boken en la mano derecha practicaba una y otra vez sus golpes sobre el caballo. La tez clara, el pelo negro y largo al viento, la postura orgullosa y fuerte. Keiji nunca había visto algo así.

De pronto, la chica levantó la vista y reparó en el muchacho delgado y de facciones amables que la observaba. Luego de un corto momento de sorpresa, lo enfrentó. - ¿Quién eres y que haces en los campos Utaku? ¡Los intrusos no son permitidos aquí!

Keiji la observó un momento y contestó - Sólo quiero cabalgar.

- Entonces cabalga de regreso por el camino que te trajo aquí. ¡No eres bienvenido y me aseguraré de que salgas de los campos sagrados de Otaku!

- La chica tiene razón, niño - La voz dijo con tono de reproche - Vuelve a tu hogar y aléjate de estos campos, o traerás el deshonor a tu familia.

Keiji mantuvo su vista en la muchacha mientras se acercaba a él. Luego, dio la vuelta y comenzó a cabalgar con la chica cuidando su lado. La voz pareció calmarse.

Poco a poco el trote se transformó en galope, el galope en sutil carrera. Poco a poco los roles de guardia e intruso se diluyeron en el simple juego de dos niños y sus caballos.

Galopando, rápidamente dejaron atrás los campos Utaku y se internaron en el Bosque del Corazón del Dragón. No seguían camino alguno, y esquivar los obstáculos se añadía al juego. Unos metros delante de ellos, ambos jinetes vieron un pequeño río que cruzaba su camino. La chica miró al muchacho con una sonrisa en el rostro y susurró una orden a su corcel para aumentar su velocidad. El muchacho, esforzándose por alcanzarla, siguió su ejemplo. Ambos caballos alcanzaron el borde del río juntos, y ambos saltaron. En el breve instante aéreo, el chico observó a la doncella con el cabello al viento y la alegría en el rostro. Por un instante la observó y conoció el significado de la belleza. Al aterrizar, del otro lado del río, los cascos de su caballo resbalaron en el lodo dejado por el río, y Keiji cayó ruidosamente sobre una pila de hojas y ramas. Luego de darse cuenta de lo que ocurrió, levantó la cabeza y escuchó una risa como música y campanas. La muchacha desmontó mientras reía, se acercó a él y le tendió la mano. Ante aquella risa, Keiji no pudo más que comenzar a reír también.

- Creo que perdí - dijo el muchacho, entre risas.

- Si, aunque por poco.

La mirada de la chica ya no era hostil, sino amigable.

- Mi nombre es Keiji.

- Yo me llamo Ume.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Ultimo paso, Primer paso

“Se pone el sol en la ventana de la cocina. El té está casi listo”
- Hugo Mujica, primer poema